Con información de la BBC

El fútbol siempre ha sido un ámbito fértil para los sobrenombres de sus jugadores: desde Pulgas hasta Tanques, desde Toros hasta Matadores. Pero cuando se habla del Rey sólo hay uno: Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

Símbolo del jogo bonito brasileño, único futbolista que ganó tres copas del Mundo con la selección de su país y considerado por muchos el mejor jugador de la historia, la muerte de Pelé tras luchar contra un cáncer de colon se anunció este jueves.

Se trata de una de las mayores pérdidas sufridas jamás por el deporte más popular del planeta.

Desde que deslumbró a todos en el Mundial de Suecia 1958 con apenas 17 años, Pelé se transformó en ícono de la magia y el alcance global del fútbol, y se mantuvo así hasta sus últimos días, aunque su vida tampoco estuvo exenta de polémicas.

«A veces bromeo que sólo me faltó ir a la Luna, me faltó jugar en la Luna», dijo en un mensaje para recordar los 50 años de la Copa del Mundo de México 1970, la última que disputó y alzó con la camiseta 10 de Brasil.

UN 10 ESPECIAL

Si bien nunca fue a la Luna, el hombre nacido en 1940 en la localidad brasileña de Três Corações, en el estado de Minas Gerais, parecía jugar al fútbol sin respetar las leyes de gravedad.

Con las mismas piernas derecha e izquierda con que sacaba indistintamente potentes remates al arco, podía dar sutiles toques al balón, pasándolo sobre la cabeza de sus marcadores.

Su «gol de los cuatro sombreros» de 1959 con el club brasileño Santos, donde jugó casi toda su carrera, es considerado uno de los más bonitos que anotó, salteando a cuatro rivales con apenas 19 años.

Así como podía avanzar en velocidad con el balón pegado a sus pies, dando regates, se despegaba del suelo con saltos asombrosos para cabecear en el área rival, como lo hizo en la final de 1970, al marcar el primer gol frente a Italia para un Brasil plagado de otras estrellas cono Jairzinho y Rivelino.

Sin embargo, Pelé solía decir que su padre, João Ramos do Nascimento, tenía un récord que él nunca alcanzó de cinco goles de cabeza en un partido, antes de una lesión de rodilla que agravó las dificultades económicas de su familia.

TESORO NACIONAL

Pelé pasó de jugar de niño con balones hechos de calcetines en la localidad de Baurú, a debutar en el Santos a la edad de 15 años. Marcó un gol en ese primer juego y más tarde también alcanzó la gloria con ese club que representó hasta 1974: dos copas Libertadores, dos Intercontinentales, cinco copas Brasil, una decena de campeonatos paulistas…

Que haya podido jugar tantos años en Santos sin ser transferido a Europa fue en buena parte porque el gobierno brasileño lo declaró tesoro nacional y el propio club organizó partidos de exhibición en diferentes países.

Un año después de anunciar su retiro, en 1975 pasó al New York Cosmos con un contrato millonario y contribuyó a promover el fútbol en Estados Unidos. Su último partido fue un amistoso entre ese club y Santos, en octubre de 1977.

A lo largo de su carrera, Pelé anotó 1.283 goles, 767 de ellos en partidos oficiales según la RSSSF, que reúne estadísticas de fútbol. Tuvo un promedio de 0,9 gol por juego, algo extraordinario hasta hoy.

Además de su destreza física y calidad técnica, Pelé destacó por su visión de campo y capacidad para anticiparse a las acciones de sus rivales.

Es cierto que el fútbol de aquellos años era muy diferente al actual. Se jugaba a un ritmo más lento, con menor intensidad y más espacio para los creadores como Pelé.

Pero en esos tiempos los futbolistas profesionales enfrentaban retos peculiares.

Los campos de juego eran más irregulares, la preparación física era menos desarrollada y los defensas más rudos: a veces se lanzaban directamente a «sacar» del partido a sus rivales más habilidosos, como hicieron con Pelé en el Mundial de Inglaterra 1966, el único que O Rei disputó sin ganar.

En cambio, conquistó las copas del ’58, ’62 y ’70, cumpliendo con creces la promesa de ganar un Mundial que dijo haberle hecho a su padre siendo niño, al verlo llorar por primera vez junto a la radio por la derrota de Brasil frente a Uruguay en la final de 1950 en el estadio Maracaná.

De su mano, Brasil se sacudió complejos y fue una superpotencia futbolística mundial.

¿EL MEJOR?

Con el paso de un deportista tan sensacional como Pelé, es natural que los aficionados se pregunten si ha sido el mejor de todos los tiempos: es una forma de cuestionarse también, con cierta nostalgia, si volveremos a ver otro igual.

Ocurre lo mismo en otras disciplinas, con más o menos discusión: ¿fue Mohamed Alí el mejor boxeador de todos los tiempos? ¿Habrá otro basquetbolista comparable a Michael Jordan?

En el caso de Pelé, una comparación habitual es con Diego Maradona. Cuando la FIFA decidió elegir en el año 2000 al mejor futbolista del siglo XX, el argentino ganó una votación por internet pero el brasileño fue escogido por un jurado de expertos. Finalmente, la distinción fue para ambos.

En esa lista no entraban fenómenos del siglo XXI como el argentino Lionel Messi o el portugués Cristiano Ronaldo, que se han alternado el Balón de Oro masculino al mejor futbolista del año y tienen vitrinas llenas de títulos. Messi ganó además en 2022 el primer Mundial con su selección y eso con sumó argumentos para ser considerado en la discusión sobre el mejor de la historia.

Pelé también fue nombrado «Atleta del siglo» por el Comité Olímpico Internacional en 1999, pese a que nunca compitió en los juegos porque los futbolistas profesionales estaban impedidos de hacerlo.

Como jugador adquirió tal renombre internacional que durante una gira africana del Santos en 1969 hubo un alto el fuego en la guerra civil de Nigeria para que pudiera jugar un partido con el Santos, según se ha reportado aunque sin evidencia material.

Su fama sólo creció tras la Copa del Mundo del ’70, el primer Mundial retransmitido en color por la televisión.

EDSON Y PELÉ

Pelé fue menos controvertido que Maradona, aunque sus críticos dentro de Brasil le achacaron faltas en el ámbito público y en su vida privada, sobre todo después que se retirara del fútbol pero se mantuviera activo en los negocios asociados a ese deporte.

Su figura fue estampada en millones de tarjetas de crédito MasterCard alrededor del mundo, firmó contratos con multinacionales como Coca-Cola y hasta hizo publicidad de Viagra (aunque aclaró que no necesitaba tomarlo).

Promover marcas es algo que cualquier deportista hace en estos días, pero en el caso de Pelé eso ocurría mientras surgían críticas a su relación con el oscuro poder del fútbol.

El exfutbolista brasileño Sócrates lo tachó de traidor en 2001 porque se había abrazado con el entonces presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), Ricardo Teixeira, después de acusarlo de corrupción.

Juca Kfouri, un periodista deportivo que tuvo una relación estrecha con Pelé —al punto que dijo haber sido quien lo recomendó al expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso para que fuera su ministro de Deportes en los años ’90— vinculó las polémicas con la «poca formación» que tenía el exfutbolista para posicionarse en temas de la vida nacional.

Pero también con la recordada negativa de Pelé reconocer una hija suya hasta que perdió una larga batalla judicial y su paternidad fue comprobada en un examen de ADN.

Según dijo Kfouri, esa fue una historia mal contada, ya que Pelé «fue víctima de chantaje» de personas que rodeaban a la hija, pero el estigma le quedó y se agravó después que ella muriera de cáncer en 2006, tras iniciar una carrera política.

El periodista relató que en el trato personal Pelé era «encantador» y de «una humildad ejemplar», pero él mismo reconocía que su imagen pública se dividía entre su popular apodo de Pelé y su nombre de Edson.

«Edson es un hombre común con defectos y virtudes como cualquier otro, Pelé es una entidad aparte, el mayor atleta del siglo XX», señaló Kfouri a BBC Mundo.

Y esa ambigüedad quedó

Aunque Pelé incursionó incluso en el cine y la música, siempre será recordado primordialmente por sus enormes éxitos dentro de los estadios.

Quizá fue el líder sudafricano Nelson Mandela quien mejor ha resumido lo que representó Pelé sobre el césped: «Verlo jugar era observar el deleite de un niño combinado con la extraordinaria gracia de un hombre en su totalidad».

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